Un taller al servicio de la colección
Una amiga azafata llamada Helena Lampela me contó que le hizo caso a Stephen Hawking, y se le pasó el confinamiento domiciliario volando, poniéndose al día en sus muchas lecturas pendientes.
Esta asociación de amigos por lo que parece también goza de esa inteligencia práctica.
La asociación de amigos del Museo ha tenido siempre dos enemigos claros: el óxido y el olvido. Contra el olvido, los eventos. Pero este año no tocaba llenar el museo con esas 600 personas diarias que acuden de media a las jornadas organizadas y guiadas por la asociación de amigos.
LA INTELIGENCIA ES LA CAPACIDAD DE ADAPTARSE A LOS CAMBIOS.
Stephen Hawking
Esos recursos se derivaron por tanto a otras tareas distintas que la de nuestro calendario de Museo Vivo.
Por tanto, tocaba centrarse en luchar contra el óxido: jornadas enteras con lija, pasivador, masilla y nueva pintura para nuestras piezas a la intemperie.
Pero antes de nada, necesitábamos poner al día un taller que casi moría de exceso por el aumento exponencial de donaciones.
En la actualidad, tenemos espacio para restaurar dentro grandes piezas y cada herramienta es localizable al instante.
Al orden le han salido los frutos. A un mes de que acabe el año, este orden interior y exterior del taller nos ha permitido sacar del riesgo tres vehículos, un aerofaro, un radar, además de otras muchas piezas de pequeño formato. Y, por primera vez en casi 20 años de historia del Museo, poner en marcha a la vez de todos nuestros aviones a la intemperie: DC3 de 1945, Convair 440 de 1958, Beech B-18 y, tras muchos años de espera, la de nuestro Havilland Dove de 1963.
Las generaciones venideras, que considerarán 2020 como un año histórico, se preguntarán: ¿y qué hicieron los amigos del Museo de aquella época durante el confinamiento por la pandemia? Pues nada menos que un taller eficaz y una colección capaz de sobrevivir hasta llegarles a ellos de una pieza.